
En 2014 terminó el proceso de restauración del Palacio Lyon, actual Museo de Historia Natural de Valparaíso. En 1906, durante el terremoto que azotó a la ciudad, era la residencia de la familia Lyon y, debido a sus especiales características arquitectónicas, fue una de las viviendas que resistieron. Basta con apreciar el primer escalón de una bella escalera de mármol, que lo conecta con calle Condell, para sentir con intensidad el violento terremoto que levantó toda la avenida y dejó corto el peldaño, apenas asomándose.
Este inmueble es también un símbolo de la persistencia patrimonial. Monumento Nacional desde 1979, su proceso de restauración duró 14 años, dado que un nuevo terremoto (2010) obligó a reformular el proyecto ya iniciado. Esta remodelación fue liderada por Michael Bier, un arquitecto austriaco que ganó el concurso de restauración junto a su oficina en 2002: “Postularon ocho oficinas de arquitectura y, sorprendentemente, gané yo”, recuerda Bier en el conversatorio organizado por el mismo Museo de Historia Natural de Valparaíso, denominado “Palacio Lyon: remodelación y rescate de un hito patrimonial de Valparaíso”.
Cambios y transformaciones
El edificio fue diseñado originalmente en 1861 por el arquitecto Carlos Von Moltke. A lo largo de su historia sufrió múltiples transformaciones. Por ejemplo, luego de ser la vivienda de la familia Santa María, y luego de la familia Lyon— fue vendido al fisco y se convirtió en el Liceo Comercial hasta 1975. Posteriormente pasó a la administración municipal, para luego transformarse en sede del museo en 1988.
La propuesta de Bier apostó por rescatar la estructura original, pero adaptándola a las nuevas necesidades museográficas. El edificio, en sí, es un palacete elegante, inspirado en el estilo inglés urbano de la época victoriana del siglo XIX, con rica ornamentación y gran dimensión. Cuenta con áreas muy definidas: primero, la zona de recepción, donde se restauró la visión original y predominan las columnas ornamentales y dos bow-windows. Además, se encuentra un piso zócalo abovedado que ocupa toda la planta, espacio donde actualmente funciona una galería de arte. Luego, la parte del museo propiamente tal —donde se aprecia la mayor intervención— y, posteriormente, el edificio administrativo conocido como Carlos Porter.
“Mi proyecto separó claramente las funciones del edificio: la zona pública al frente, el espacio de exposición en el cuerpo principal y las áreas administrativas y de depósito en la parte posterior”, explica Bier. “Esa claridad funcional fue clave para ganar el concurso”.
Si bien tras el terremoto de 2010 el edificio sufrió daños estructurales significativos, hubo una rápida coordinación entre el museo, la antigua DIBAM y el Gobierno Regional. “En 2011 empezamos las obras; en 2012 se desarrolló la museografía y en 2013 finalizamos las obras civiles. En 2014 el museo se inauguró nuevamente. Fue una fiesta muy bonita, muy significativa”, recuerda el arquitecto.
Museo o edificio
La restauración implicó una cuidadosa intervención. Al iniciar el trabajo, explica Bier, “viene el momento de investigar si lo que uno propone es en verdad aplicable, porque el concurso no tiene todos los antecedentes para elaborar un proyecto en detalle. Y esto fue un trabajo bastante complejo: revisando la materialidad, el estado del edificio, dónde hay que intervenir, cuánto se puede intervenir, y también coordinar todo con el Consejo de Monumentos Nacionales, dado que se trataba de un monumento histórico; no solamente dentro de la zona histórica, sino también monumento histórico identificado, con lo cual hay que tener una protección mayor”.
Se instaló un nuevo techo metálico sobre el patio, se modificaron escaleras y se perforó el piso para conectar niveles, creando un recorrido continuo. “La intervención fue reducida, porque se trata de un monumento histórico. Había que actuar con respeto y prudencia”, enfatiza Bier.
Recién en 2013 “se terminó la construcción y después subieron todos los detalles de museografía, disciplinas, iluminación… Se hizo todo esto para adaptar el edificio al museo. Montamos algunos espacios más chicos; las salas eran más grandes. Se eliminaron muros”, acota.
Más allá del rigor técnico, el arquitecto asume la restauración con humildad frente al edificio. “Hay arquitectos famosos que ignoran lo existente para dejar su propio monumento. Yo pienso lo contrario: uno debe adaptarse al edificio, reducir sus ambiciones y servir al propósito”, reflexiona. Y añade: “El museo es lo que muestra la exposición, no la arquitectura. Uno debe evitar que el edificio compita con lo que exhibe. Tengo que reducirme para no ser muy llamativo en la arquitectura, para no distraer la atención del objeto en exposición. Porque la función es mirar la historia, lo que tiene la exposición”.
Hoy, el Palacio Lyon no solo conserva en su fachada y su restauración la memoria arquitectónica del siglo XIX, sino que también testimonia la capacidad de reinvención de Valparaíso. “Todo es posible”, dice Bier, aludiendo a los futuros desafíos museográficos y urbanos.
No obstante, posee una visión crítica respecto del momento social. Llegó a la ciudad en los años noventa, cuando Chile recuperaba su democracia y —según él— todo parecía más esperanzador. “Cuando llegué, la ciudad estaba mejor. Había optimismo, sobre todo durante la postulación a Patrimonio de la Humanidad. Luego las cosas cambiaron, pero aquí sigo, trabajando, formando parte de la ciudad”, comenta con un dejo de nostalgia.
Como arquitecto que habita la ciudad, posee una visión bastante crítica de la situación actual respecto del acceso a la vivienda: “Ningún cliente mío podría comprar hoy día lo que compró hace diez años. Y eso es muy grave. Un parámetro importante en otras ciudades es si el hijo puede comprar la casa del papá, o sea, si aumentó en su capacidad para comprar lo que tenía su papá. Y aquí, imposible. Entonces, ese es un indicador muy negativo para los ciudadanos”.





