Bailes Chinos, memoria viva y creación musical en la Región de Valparaíso

  • El compositor Francisco Campos lleva casi dos décadas investigando los Bailes Chinos, una tradición prehispánica reconocida por la Unesco en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, muy presente en los rincones de la Región de Valparaíso, y que en el nuevo disco Brillo de Bronces se entrelazan en la creación de una composición que juega con la música contemporánea.

Para Francisco Campos o más conocido como Isco Campos, compositor chileno y músico radicado en la Región de Valparaíso, los Bailes Chinos no son sólo una referencia folclórica ni un tema de inspiración ocasional. Son una experiencia vital, prolongada en el tiempo, que ha marcado su búsqueda espiritual, su formación como creador y su manera de comprender la música como un acto colectivo, corporal y ritual. El lanzamiento de su más reciente disco, Brillo de Bronces, no constituye un punto de partida, sino la coronación de un proceso de investigación, convivencia y creación artística que se extiende por casi dos décadas, como explica  “para hacer el disco no hice la investigación de los chinos, sino que la vengo haciendo hace mucho tiempo”, afirma Campos. “Me gustan tanto que se me cuelan por todos lados. No hay cosa que haga que no tenga a los chinos metidos por algún lado”.

Investigación, bibliografía y primeros acercamientos

El vínculo de Francisco Campos con los Bailes Chinos se inicia en 2007, cuando, recién egresado de la carrera de Composición, atravesaba una inquietud espiritual profunda y debía desarrollar un proyecto de investigación y creación. La necesidad de unir música y espiritualidad lo llevó a acercarse a esta tradición ritual del Chile central.

En ese momento, su aproximación fue doble: por un lado, la investigación bibliográfica; por otro, la decisión consciente de reservar la experiencia directa para no “ablandar” el impacto del primer encuentro. Entre los autores que marcaron esta etapa se encuentran Claudio Mercado, antropólogo y bailarín chino, cuyos estudios han sido fundamentales para comprender la dimensión ritual, sonora y social de estas cofradías; Juan Uribe Echeverría, folklorista que documentó tempranamente las fiestas y cantos del Chile central; José Pérez de Arce, investigador que ha profundizado en los aspectos acústicos y organológicos de los conjuntos rituales y María Ester Grebe, referente de la etnomusicología chilena, cuyas investigaciones sentaron bases para el estudio de las músicas tradicionales desde una perspectiva cultural y simbólica.

“Tenía acceso a muchos libros, registros, material audiovisual, incluso archivos del Museo Chileno de Arte Precolombino”, recuerda Campos. “Pero decidí no ver nada. Quería enfrentarme al sonido y al cuerpo de los chinos sin mediaciones”.

El impacto del primer encuentro: una fractura musical

Ese encuentro ocurrió en la fiesta de Bailes Chinos de Tabolango, en la comuna de Concón, durante una celebración de mayo. Campos llegó un día antes para conocer a la comunidad y observar los preparativos. Al día siguiente, cuando aparecieron los bailes, la experiencia fue radical. “Cuando aparecieron los chinos, me volví loco. Me dio vuelta al mundo. Todos los conceptos musicales que tenía se destruyeron”, relata. “Fue una conmoción tan grande que estuve como una semana sin entender nada”.

Ese impacto no solo fue sonoro, sino existencial, dada la potencia del soplido colectivo, la repetición, el desgaste físico, la vibración de las flautas y el pulso del tambor que fracturaron su formación académica y abrieron un nuevo campo de sentido para su creación.

De observador a participante: entrar al rito desde el cuerpo

Tras ese primer acercamiento, Campos continuó asistiendo a fiestas, inicialmente como observador. Sin embargo, con el tiempo, el deseo de bailar se volvió inevitable. Gracias a la mediación de Claudio Mercado, pudo integrarse al Baile Chino de Caicai, localidad cercana a Limache.

“Empezaron a hacer sentido muchas cosas que había leído”, explica. “El cambio de estado de conciencia que se genera al bailar, la ventilación, el desgaste físico, la dimensión espiritual. Entenderlo desde adentro es otra cosa”.

Ser parte de un baile chino no es simbólico ni inmediato. Supone resistencia física, compromiso y un aprendizaje lento, basado en la repetición y la observación. “Ser un buen chino”, aclara Campos, “es tener un buen soplido, aguantar toda la gente, darle estabilidad al baile. No parar, no romper el pulso. Ser un aporte real para la comunidad”.

Sonidos, instrumentos y saberes transmitidos

Una parte central de su proceso investigativo ha sido el estudio de los instrumentos y del sonido específico de cada cofradía. Campos ha explorado la construcción de flautas chinas, ya sea de caña o madera, grandes, pequeñas o ‘lloronas’ y de tambores, así como las mudanzas, los pasos de baile que estructuran la procesión.

“Cada baile suena distinto”, afirma. “Depende del constructor de flautas, del territorio, de la gente. El tamborero es como el director de la orquesta: va dando el paso que hay que repetir”.

También ha puesto especial atención en el alférez, figura encargada del canto ritual. “He ido coleccionando en mi memoria las melodías, observando cómo cantan, desde dónde cantan. Hay alféreces más católicos, otros más canutos, otros más líricos o más rítmicos. Todo eso es aprendizaje”.

Orígenes, territorio y patrimonio vivo

Desde una perspectiva histórica y documental, los Bailes Chinos son considerados una de las prácticas rituales más antiguas del país. Diversos estudios, así como registros del Museo Chileno de Arte Precolombino,  vinculan sus flautas y formas sonoras con tradiciones prehispánicas del Chile central, particularmente con el llamado Complejo Cultural Aconcagua (900–1400 d.C.).

A lo largo del tiempo, estas prácticas se articularon con la religiosidad popular católica, dando origen a cofradías de músicos danzantes que expresan su fe mediante el sonido, el movimiento y la promesa ritual.

En la actualidad, los Bailes Chinos se extienden principalmente entre el Norte Chico y la Zona Central, con fuerte presencia en las regiones de Coquimbo y Valparaíso. En esta última, las fiestas marcan el calendario comunitario: Tabolango; el Niño Dios de Las Palmas en Quebrada Alvarado durante Navidad; celebraciones en sectores interiores como La Canela; fiestas de verano en Puchuncaví; y la Fiesta de la Promesa de Maipú en marzo, entre muchas otras.

Reconocimiento internacional

En 2014, los Bailes Chinos de Chile fueron inscritos en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, reconocimiento que destaca su antigüedad, su continuidad histórica y su rol como expresión de identidad, cohesión social y transmisión intergeneracional. Este hito consolidó el valor patrimonial de una práctica que, lejos de ser un vestigio del pasado, sigue viva y en constante transformación.

La experiencia ritual: trance, comunidad y conflicto

Campos describe la experiencia del baile como un tránsito entre el agotamiento físico, el trance y la iluminación momentánea: “Hay veces en que la flauta suena muy bonito y te vas en un viaje exquisito, donde no hay pensamiento, donde todo fluye: el cuerpo, la emoción, la mente”.

Pero el rito también contiene tensiones. Las peleas han sido registradas tanto por la experiencia directa como por la literatura antropológica y forman parte de la historia de los bailes y han sido interpretadas como formas de descarga, conflicto simbólico o herencias de ritualidades más antiguas.

“Llevo casi 18 años y me ha tocado estar en tres peleas fuertes”, cuenta. “Eso también tiene explicaciones antropológicas. No es algo aislado del rito”.

El disco: un proyecto largamente gestado

El nuevo disco de Isco Campos surge como la síntesis de todo este recorrido. El proyecto tuvo un largo proceso previo: maquetas realizadas en computador durante la pandemia, colaboraciones a distancia con músicos amigos y la participación en concursos que le permitieron financiar etapas de producción.

Finalmente, al adjudicarse un fondo de creación, pudo concretar la idea central: grabar en vivo, con once músicos tocando simultáneamente, privilegiando la respiración colectiva y el diálogo sonoro. “Para la música que quería hacer era fundamental que se escucharan entre ellos, como en un baile”, explica.

La grabación se realizó en estudio, con una producción cuidada y austera, optimizando recursos. “Tenía dos fósforos para hacer el asado”, dice. El resultado es un álbum que él define como “amoroso, cálido, blandito”, donde el sonido de bronces, vientos y percusiones dialoga con la experiencia ritual sin reproducirla literalmente.

“El disco corona un proceso grande”, afirma. “Era algo que quería hacer hace mucho tiempo. Con esto se calma algo. Digo: ya lo hice. Ahora me libero y sigo caminando”.

Crear desde el rito

La obra de Francisco Campos no pretende documentar ni representar de forma literal los Bailes Chinos. Su apuesta es otra: traducir una experiencia ritual al lenguaje de la creación contemporánea, manteniendo vivo el pulso comunitario, la intensidad física y la dimensión espiritual que ha aprendido bailando.

En ese cruce entre investigación, cuerpo y música, su trabajo dialoga tanto con la academia como con las comunidades, aportando una mirada sensible y respetuosa sobre una de las tradiciones más profundas del territorio.

“Hay una parte de mí que siempre está mirando, observando, aprendiendo”, concluye. “Y otra que simplemente va a la fiesta, sopla la flauta y se deja llevar. Ahí está todo”.

Imágenes: Francisco Campos.